Con
ella, ingresamos en el universo de la cultura y de la ficción. De este modo, la
ficción viaja a través de la voz y, la voz, se deja acompañar por recursos como
la entonación, la gestualidad y la personalidad del locutor.
Por
otro lado, la literatura oral ha demostrado el carácter dialógico de los usos
de lenguaje, es decir, la comunicación interpersonal. Así, el niño vive la
experiencia del lenguaje como un movimiento extraordinario e inagotable.
Llamamos
literatura oral a los romances, las nanas, las baladas de amor, a los juegos de
palabras, los trabalenguas, las leyendas urbanas, las historias o narraciones
de vida… Todo este conjunto de textos orales define la identidad cultural de un
país y debe tener significado para cada nueva generación.
Durante
siglos, la narración oral (fábulas, leyendas, relatos de aventuras…) alimentó
la imaginación de la gente. Aquellas formas de expresión oral tendieron a ser
intensamente rítmicas ya que el ritmo facilitaba la memorización. Por lo tanto,
la memoria es en cierta manera sinónimo de cultura.
Sin
embargo, vivimos en una sociedad fuertemente marcada por la escritura, en la
que la palabra funciona condicionada por la letra impresa. El hombre de hoy en
día, desconoce los nombres de las cosas que le rodean porque su conocimiento del
entorno es insuficiente y escaso. En otros tiempos no había “árboles” porque la
gente conocía los nombres de cada árbol y de igual manera ocurría con los
pájaros. Hoy el uso de las palabras se empobrece porque se empobrecen también
las relaciones del hombre con su entorno.
Pero
también es cierto que los narradores nos han devuelto el placer de oír contar
historias y que nos transmiten mediante la palabra, el más antiguo instrumento
de comunicación, algunos valores de la humanidad y homenajean a quienes ya no
están en este mundo retomando sus relatos. De esta forma, la vida permanece y
prosigue.
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